El miedo nos influye de una forma directa y sin atajos. El miedo racional a un peligro serio no es tan común hoy en día, ya que los peligros que ponen en riesgo nuestra vida o salud han disminuido considerablemente con el paso de los siglos. Sin embargo, el miedo irracional, hoy en día mucho más generalizado y que se haya en la base de nuestra psique es el origen de la parálisis que nos separa de nuestro potencial total. El miedo que nubla nuestra lógica y nos hace tomar decisiones irracionales, está basado en la desconfianza, en la falta de control, y como seres limitados que somos, es totalmente a su vez, racional. Sin embargo, el miedo más allá de su punto natural, como el tener miedo a hablar por primera vez en público, o tener un poco de miedo el primer día de trabajo, corrompe el poder interno y destruye lo más preciado que tenemos, la fuerza del Amor. El Amor que es confianza, poder, valentía, seguridad me permite hacer muchas más cosas que el miedo. Cuando me siento inseguro y desconfiado, mi poder disminuye, mi valentía disminuye y mi ser se aflige. El miedo, a lo largo de los tiempos, utilizado por grupos de poder para manejar a las personas y las sociedades para conseguir ciertas metas, es conocido y de cierta manera está cada día más regulado gracias a la apertura de canales de información objetiva que permiten disminuir la ignorancia de las masas. Sin embargo, más allá del miedo social creado y dirigido, existe un miedo familiar y generacional enraizado en experiencias reales, del que se habla menos y es el más difícil de desmontar. Las experiencias que dieron lugar a los grandes miedos de la humanidad, como las pérdidas de una guerra, la violencia, la lucha, las grandes enfermedades, los asesinatos, la culpa, la venganza, el terror y la agresión de nuestros antepasados crearon mella en un inconsciente colectivo que nos llega en forma de creencias específicas, hábitos y emociones que se han ido trasladando en distintas ramas familiares. El temor a una raza fue el origen del racismo, el miedo al otro sexo, dio lugar al sexismo, el temor a uno mismo, dio origen al suicidio, y el miedo al otro, al asesinato. Cuando el miedo brota, se destruye una parte de la confianza, de la armonía y del equilibrio del ser, y si este miedo se manifiesta consistentemente, el miedo mata la salud, la esperanza, la coherencia, la lógica, el sentido común y por último la vida misma. Sin embargo, la única forma que tenemos de destruir el miedo heredado o transgeneracional es volver a la verdad, ya que el miedo puede existir, pero nunca puede corromper la verdad infinitamente. Lo que es realmente duradero, es la verdad y esta permanece callada, pero nunca se destruye. ¿Cómo accedemos a la verdad? Conociendo que el miedo surge de la ignorancia, y que la ignorancia, aunque está ligada a la propia naturaleza del ser humano, es superable. Si conseguimos encontrar, nombrar y delimitar nuestros miedos irracionales, y conseguimos delinear las creencias, emociones y hábitos que nos hacen sufrir, comprenderemos que han surgido de la natural forma de honrar a nuestros antepasados, copiando -como no podía ser de otra forma- su forma de pensar, de ver la vida, de hablar, de actuar o de no actuar. Una vez comprendamos que no hemos tenido elección de no copiar sus hábitos, solo entonces seremos conscientes de que ahora sí desde la consciencia, los podemos dejar ir, desmontando las mentiras en donde se basan nuestros dolores, y así llegar a la verdadera libertad.
Irina de la Flor