A menudo, cuando nos levantamos, nos aseamos y vestimos, estamos pensando en el desayuno, mientras desayunamos pensamos en el tráfico y en el coche, pensamos en todo lo que tenemos que hacer en el trabajo… Así continuamente hasta la noche, día tras día, mes tras mes, año tras año… Esta forma de vivir la vida entre las cuatro dimensiones sabidas de la mente tiene muchos efectos secundarios.
La inteligencia emocional: un gran salto para el desarrollo natural de nuestra sociedad
Uno de los efectos más devastadores de vivir desde lo mental es que la vida se convierte en una planta de plástico, parece que estamos vivos, pero, en realidad, vivimos una vida de plástico, a veces literalmente.
Tras más de 10 años de dedicación al coaching personal y ejecutivo investigando cómo funciona la mente en relación a la consciencia, en mi consulta he observado que uno de los problemas de base de mis clientes es la identificación con lo mental. Las personas, por lo general, cuando nos levantamos después de un sueño más o menos profundo, nos ponemos a vivir un ajetreado día lleno de actividades mayoritariamente en modo automático. Desayuno, transporte, clases, recreo, estudio, trabajo y otras muchas actividades. Una vez programada la mente para realizar distintas actividades, en función de nuestro nivel de consciencia, vivimos la vida y pasamos los días como autómatas, no cómo una consecución de momentos presentes si no como una inexplicable unión de pasados y futuros donde el presente se nos escapa entre los dedos.
Hace años se puso de moda la inteligencia emocional; es decir, la capacidad de los individuos de estar en contacto con sus propias emociones, de reconocerlas, comunicarlas e incluso gestionarlas. Según argumentan muchos, era una llamada de atención al automatismo generado ligado a la revolución industrial, donde después de modelar al hombre en un instrumento que generaba riqueza, el hombre, finalmente, se convirtió de verdad en él. Y en vez de volver al principio de los tiempos donde el nacer de la consciencia humana surgía ante la contemplación y la reverencia de la propia vida, de los amaneceres, la lluvia, las montañas y las praderas, volvimos solo unos pasos más atrás donde nos decían que teníamos que mirar hacia dentro y ver que detrás de la piel de estos autómatas padres, autómatas hijos y autómatas trabajadores, había un montón de emociones reprimidas, de dolor no gestionado y de falta de comunicación.
Por ello, la inteligencia emocional supuso un gran salto para el desarrollo natural de nuestra sociedad (especialmente la occidental) y, gracias a ella, pudimos salirnos de lo mental, meternos en nuestros corazones y mejorar las relaciones humanas. Sin embargo, esa capacidad, que no está ni mucho menos integrada en la sociedad al 100%, a mi entender, no es el final del camino, ya que, aunque endulza ciertos aspectos de nuestra vida, tampoco los soluciona todos.
Mientras sería fútil pensar que existe un método efectivo de resolver todos los problemas de nuestra vida, sí es necesario saber que existe una forma de vivirla con mucha más satisfacción, que nos permite vivir más en el presente, estar más en paz con nosotros mismos, ser menos críticos y menos rígidos, y menos exigentes con nosotros mismos y con los demás. Una forma de vida en la que, en vez de dar el salto entre la mente y el corazón, damos un salto entre nuestro corazón y el de los demás. Una forma de vida en la que hay contemplación, hay reverencia, hay misterio y hay una posibilidad de encontrar un sentido a esta compleja y enrevesada vida. A esa forma de vida a la que se llega a través del desarrollo de nuestra consciencia personal proyectada hacia el amor incondicional, es lo que se llama inteligencia consciente.
El rechazo aumenta la fuerza del elemento rechazado. La aceptación, lo redime
Pero, ¿cómo podemos alcanzar el amor incondicional o desarrollar nuestra consciencia individual? Puesto que la mente es juicio (“esto está bien, esto no”), aceptación y rechazo continuo (“esto me gusta, esto no me gusta”) e identificación (yo soy esto, tú eres aquello), el amor que se deriva o fluye de la mente es naturalmente condicional porque la mente es condición, es juicio, y no puede ser de otra forma. Es por ello que la forma de experimentar el amor incondicional, se consigue a través del desarrollo de tres capacidades que van más allá de nuestra programación mental. La primera es la capacidad de no identificarnos ni con nuestra mente ni con los productos que se derivan de ella, esto es con nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Una vez entendemos y experimentamos la vida lejos de lo mental, podemos efectivamente desarrollar la capacidad de comprender que como la mente no tiene los recursos ni la información suficiente para emitir ningún juicio justo, podemos, por lo tanto, no hacer caso a los juicios que mecánicamente surgen en nuestra mente e ir más allá. Una vez desarrollamos esta capacidad de no-juicio, podremos desarrollar la última capacidad, la capacidad de aceptar todo lo que hay, de no entrar en conflicto ni resistirse con la realidad interna ni con la externa.
Sin embargo, esta capacidad de darse cuenta de que no somos lo que pensamos, y de ir más allá de la programación más básica que nos ha hecho ancestralmente sobrevivir escapando de las garras de los leones y protegiendo a nuestros hijos de nuestro enemigo, no es de fácil consecución. A veces me preguntan si esto implica desarrollar una capacidad con la que permitimos que nos hagan daño. Pues, sí y no. Desarrollarnos personalmente para vivir desde el amor incondicional no significa permitir que una persona nos corte un brazo, significa darnos cuenta del miedo que sentimos y de nuestra identificación con nuestro miedo y con el propio cuerpo, y darnos cuenta del dolor que origina el odio del otro, que se materializa en la intención de cortarnos un brazo.
El desamor se transforma con amor, la ignorancia con conocimiento, y el conflicto con paz
Entonces, ¿para qué sirve entonces la inteligencia consciente? Pues al igual que aceptar lo que hay (no es lo mismo que resignarse), no juzgar al de enfrente no significa no defenderse. El rechazo aumenta la fuerza del elemento rechazado, y la aceptación lo redime. Por eso, no juzgar implica incrementar nuestra compasión, y esto, a su vez, conlleva expandir nuestro conocimiento, salir de nuestra zona de confort de la limitada idea de la mente de “quién soy yo” y “cómo funciona el mundo” y crecer. Es por ello que, si nos aceptamos y no nos juzgamos, nos será más fácil aceptar y no juzgar a los demás.
Compartimentalizar la vida en pequeños cajones y poner brillantes etiquetas puede ser muy divertido, siempre que se trate de una pila de jerséis. El mundo es un espacio abierto, maravilloso y lleno de posibilidades que se resiste a ser simplificado y vulgarizado por lo mental; por eso, aunque soy consciente de que no es fácil tarea desarrollar nuestra inteligencia consciente, la experiencia me ha demostrado que es una vía que facilita la transformación de las personas y de la sociedad, del dolor en bienestar y de la ignorancia en conocimiento.
Qué bonito sería que el odio se transformase sólo (sin ningún esfuerzo por nuestra parte) en amor, la avaricia en generosidad y la ignorancia en verdad. Sin embargo, el odio es humano, la avaricia es humana y la ignorancia también. Si nuestras mentes han creado estos conceptos y se han materializado en guerras, hambrunas y dolor, sólo podemos transformar estos conceptos en nuevas realidades a través de lo único que tenemos, nuestro ser, nuestra esencia. Una esencia transformable y moldeable llamada consciencia que funciona con unos parámetros totalmente distintos a los de la mente y que puede resolver lo que ésta creó, precisamente porque ésa está al servicio de ésta.
¿Surgen los conflictos como causa de un exceso de amor o precisamente por una falta de entendimiento, de conocimiento y de amor? Si bien no se puede generalizar, diremos que el dolor existe en todos los individuos, en las comunidades, en las ciudades y países y es producto del amor condicional, un amor condicionado al miedo, a la avaricia, a la ignorancia o a la mediocridad. Pero entonces, ¿qué hacemos? Llevamos siglos y siglos teniendo conflictos con los otros, en la pareja, la familia, la vecindad, en el trabajo, entre ciudades, entre países. ¿Ha servido de algo todo ese conflicto? La clave no es el rechazo al conflicto, si no tener herramientas para meternos en él y, desde dentro, darle una oportunidad de transformación. Nuestra sociedad no puede evolucionar si seguimos metiendo en un saco nuestros problemas, ya que nuestra sombra irá con nosotros siempre. El desamor sólo se puede transformar con amor, la ignorancia con conocimiento y el conflicto con paz.
Seamos racionales y usemos la mente para lo que la mente fue diseñada para hacer, nuestra inteligencia emocional para comunicar y entender lo que sentimos y desarrollemos nuestra inteligencia consciente para llegar allí donde la mente no puede, por miedo, por ignorancia o por inercia. Desarrollar capacidades infinitamente más sofisticadas y potentes desde la inteligencia consciente es, a mi ver, posicionarnos en otro escalón; debemos vivir la vida allá donde la mente no tiene respuestas. El conocimiento nos traerá paz, la paz nos traerá amor y el amor disolverá los nudos internos de nuestro ser.
Irina de la Flor. Directora de Lo Mejor de Mí
Fundación Vivo Sano