El silencio duradero, no el estar ocasionalmente callado, sino el que se cultiva desde lo más profundo del ser, es una de las primeras puertas hacia la felicidad. Como el silencio todo lo contiene, pues no contiene nada, y todo lo soporta, todo ocurre sin ruido. Tiene el poder de conectar y abrirnos a las infinitas posibilidades de nuestro ser particular e individual y con las infinitas posibilidades del universo.
Cuando estamos un tiempo verdaderamente en silencio, algunos días, sin escuchar ni hablar con nadie, o sin ver ningún programa de televisión, sin escuchar la radio o mirar las redes sociales, empezamos a escuchar el ritmo de nuestra propia vida, de nuestra cabeza, nuestras preocupaciones y anhelos y nuestros miedos y deseos. En definitiva, vemos algo de la realidad inmediata e insuperable: nuestra verdad. Se trata de una verdad oculta que con el ruido externo se tapa, se pinta y se niega. Debido a ello, no solo se esconde más, sino que se hace más difícil de encontrar. Esta verdad es la única guía a la que solamente nosotros tenemos acceso. Es la que nos va a mostrar los pensamientos, hábitos y creencias que podemos cambiar.
Si se practica durante varios días o meses a través de retiros, el silencio trae reposo y serenidad. Nos ofrece la posibilidad de corregir, equilibrar y minimizar nuestros anhelos y miedos. Nos da la oportunidad de percibir la energía sutil que no sostiene, aquella que todo lo envuelve. Es una energía suave, redonda y profunda que marca el epicentro de cada cosa con la que nos topamos: el despertar, el lugar donde dormimos, el agua que bebemos, los sentidos que usamos, la luz que nos ilumina, el cielo que nos protege y la tierra que pisamos.
Si realizamos este ejercicio bien, sin desvíos ni atajos, encontraremos la base de nuestra propia felicidad ya que se despertará en nosotros una cualidad innata que todos tenemos en equilibrio que es la gratitud.
Desde los ojos de la gratitud, veremos todo con amor. Como todos somos precisamente amor, seremos lo que hemos venido a ser. Nos sentiremos plenos porque por fin estaremos poniendo en práctica la vida misma y la razón de estar vivos. La vida es tiempo, y el tiempo es del amor. La felicidad verdadera comienza con el silencio y la observación de lo pequeño. Si eres capaz de apreciar todo lo pequeño de este mundo, valorarás el mundo entero y lo más importante: tú mism@.
Namasté
Irina de la Flor
Directora de «Lo mejor de mí»
Fundación Vivo Sano