En la vida diaria nos abruman una cantidad infinita de ruidos: los externos que vienen de fuera, y los internos provocados por nuestra mente. El mundo que fluye, y del cual emergen múltiples historias que confluyen, se mezclan, se separan, crecen y se desvanecen, causa una infinita ola de movimiento con la que a veces es difícil convivir.
Los problemas que en esta inmensa algarabía se generan a veces, se gestionan con personas que están inmersas en un caos personal. Esta circunstancia produce resultados aún más complejos y enredados que los problemas que se intentaban resolver en primera instancia. Y sucede por la falta de vacío.
El vacío, el silencio y la quietud, son habilidades y estados del ser poco comunes. Hoy en día, nos capacitan para tocar y despertar algo sutil pero poderoso en nuestro interior que mitiga ese desconcierto personal con el que muchos de nosotros vivimos. El vacío nos mantiene en la esencia de lo que somos, puesto que en esencia no somos lo que parece que somos. Actuar desde la desnudez del ser nos lleva con facilidad a la profundidad de nuestro ser y a nuestra verdad. El silencio como consecuencia directa del vacío, no tanto de pensamiento, pero sí de palabra, hace que diciendo nada lo digamos todo. Y que, a veces sin hablar, nuestra palabra tenga más fuerza que nuestro mensaje no hablado. Y paralelamente se llena de sentido por estar enraizado en lo profundo de nuestro ser y en el poder de la verdad misma de nuestros asuntos.
La quietud, que es hija del silencio, también nos ayuda a colocar. Este es el caso de situaciones difíciles en las que, sin hacer nada, todo se ordena solo; lugares donde del arte de no hacer nada, nacen potentes frutos. Sin embargo, es fundamental tener en cuenta que la quietud no puede venir teñida de rabia, ira o desesperación. Nace del silencio y del vacío y se obtiene desde la comprensión profunda de las cosas, desde la serenidad de nuestra esencia, de lo incorpóreo, de lo simple y de lo eterno.
Cuando uno toca aquello que permanece, que es profundo y eterno a la vez, entonces lo complejo se simplifica, los nudos se deshacen, lo oscuro se aclara, lo extraño se hace conocido, lo enemigo amigo y lo inaceptable, se acepta.
El vacío, el silencio y la quietud nos permiten fluir con lo cambiante, sembrar de esperanza lo terrenal y lo incomprensible, y nos trae paz.
Por eso, las personas que viven desde el vacío son prudentes, corteses y humildes, tienen más poder que el poder que dan las cosas, el conocimiento o la autoridad. Las personas que viven desde el vacío están en contacto con la más poderosa de las fuentes: el amor infinito.
Irina de la Flor
Directora de «Lo mejor de mí»
Fundación Vivo Sano