Nuestra sociedad es fascinante. Mires donde mires. Pero, al igual que luces, tiene sombras. Tiene que haberlas. La herida humana es una de ellas y una gran olvidada en muchas ocasiones.
La herida humana se empieza a gestar desde el útero materno, seguido del tierno nacimiento del bebé. Las cinco heridas emocionales de la infancia, identificadas y ampliamente extendidas gracias a Lise Bourbeau, son una clara descripción del ser humano. El abandono, el rechazo, la humillación, la traición y la injusticia. Palabras con las que a diario nos encontramos los profesionales de algo tan bello, tan bonito y apasionante como es el “comportamiento humano” en todos sus ámbitos y recovecos.
Muchos autores afirman que somos una sociedad enferma. Y puede tener cierto sentido cuando se habla desde el punto de vista de la multitud o del conjunto. Todos los seres humanos hemos vivido y vivimos heridas. Estas circunstancias se pueden ver como una enfermedad. No lo vamos a negar. Busquemos los motivos, o por lo menos algunos de ellos… ¿Por qué una persona tiene una herida?, y lo que es mejor aun: ¿para qué la tiene? ¿para qué la experimenta?
Nuestra sociedad vive momentos de violencia sutil muy intensos, recurrentes y habituales. Tenemos un nivel de violencia verbal exagerado y unas cotas de ira muy potentes. Y la pandemia no ha sido el detonante. Llevo muchos años observándolo y, a día de hoy, me pregunto a veces: «¿Cómo no me he dado cuenta antes?».
Detrás de la herida, la ira, el maltrato, la violencia en todos sus grados y dinámicas rige el MIEDO. Así de sencillo, y complicado al mismo tiempo. Somos una sociedad asustada, acomplejada, desmotivada, y actualmente, también más triste. Ernest Hemingway decía: “Todos estamos rotos. Así es como entra la luz”. Y es cierto. Pero cuidado, porque si el nivel de maltrato que se experimenta, si el nivel de ira es elevado o si el grado de violencia sobra, la persona está marcando a fuego su existencia. Esa ranura por donde la luz penetra se puede taponar. El resultado es devastador porque ni puede inmiscuirse la luz, ni se podrá soltar tanto dolor.
La vida es el camino y consiste en dar un primer paso, seguido del siguiente. Así sucesivamente. La solución a estas disyuntivas que la sociedad en general, y nuestra vida en particular, nos brindan empieza con este primer paso: por tomar conciencia de la situación que se vive. En segundo lugar, ponerle nombre. Y el tercer paso es trabajar nuestro nivel de consciencia.
“Lo que no se puede medir, no se puede mejorar”, es otra idea importante e interesante del mundo empresarial. En este mundo del coaching consciente, mi frase es: “De lo que no te puedes percatar, no lo puedes superar”.
En el momento que hablemos sin complejos de las heridas humanas, que asumamos los motivos de la ira, que seamos conscientes de los niveles de violencia verbal y de otros tipos que vive esta sociedad, nos habremos percatado y podremos, juntos, trabajar de manera eficaz y superar lacras sociales tan evidentes como uno de los campos a los que me dedico: el bullying o acoso escolar. Sé de primera mano lo que supone el bullying desde los cinco años. Y sé que aunque nunca se le puso ese nombre (porque ni existía hace 39 años) las consecuencias en el niño y el adolescente son graves, fuertes. Y en mi caso, muy duraderas. Me han acompañado casi toda mi vida. Hasta que ¡me percaté! Ahí, este apasionante camino que es la vida, dio un giro copernicano.
No he visto cambios destacables entre aquellos años 80 y nuestra actualidad. Las heridas de mis clientes, niños y adultos, están ahí. Los problemas de autoestima. Y el miedo, señores y señoras, el miedo lo inunda todo, se esparce como esa balsa de aceite sobre el agua. Todo lo cubre, todo lo toca. Un miedo provocado por la ira del contrario, por la tolerancia a la violencia en esta sociedad. En muchos casos, una violencia muy sutil que todos ejercemos porque no somos conscientes de lo que hacemos. No nos paramos a pensar en las palabras que empleamos, en los juicios que emitimos, en los gestos que proyectamos, en la bilis que escupimos por la boca. Lo hacemos como sociedad, somos el ejemplo que siguen esas personas pequeñas y adolescentes de las que somos responsables como padres, como centro escolar, como familiares, como educadores, como sociedad.
Estamos en el siglo XXI, el siglo de la consciencia. Una tecnología punta que ha llegado para quedarse. Somos capaces y merecedores de su uso y disfrute. Mejoremos nuestra consciencia y mejoraremos los niveles de acoso escolar o bullying y las heridas humanas. Disminuyamos los niveles de violencia social que vivimos en todos y cada uno de sus ámbitos.
Eider Centeno
Directora del Instituto INbuyen