La dispersión mental es un mal generalizado. Afecta tanto a nivel individual como a familia y grupos sociales y culturales que forman la sociedad en su conjunto. Surge cuando la mente no está enfocada en una tarea o actividad y está, por largos periodos de tiempo, inmersa en una especie de cascada de pensamientos incesantes, desconectados y erráticos, que absorben sin querer la mayor parte de nuestra energía, tiempo y foco.
La dispersión mental se traduce en pérdidas de tiempo en actividades poco fructíferas como redes sociales, teleseries o determinados videojuegos. En la actualidad, muchas personas están inmersas en esta vorágine de confusión porque no tienen claras sus prioridades ni son conscientes de sus valores.
Por ejemplo, elegir mal una meta, es mejor que no tener ninguna. Al menos, quien tiene un objetivo, puede aprender algo en el camino a una equivocación. Y es que alguien que no tiene metas es como un cofre de oro que se queda en medio del desierto enterrado en la arena. Tener las prioridades claras, siendo lo primero que hay que hacer para evitar la dispersión, no es suficiente. También hay que saber crear objetivos específicos, medibles, alcanzables, realistas y temporales. Es fundamental diseñar estrategias para alcanzar esas metas y superar los obstáculos internos y externos que puedan surgir en el camino de A (donde estamos) y B (donde queremos llegar).
Para la creación de objetivos eficaces es muy importante conocer nuestro nivel de satisfacción en las distintas áreas de nuestras vidas. La rueda de la vida es un estupendo aliado. Se trata de un instrumento muy sencillo, bastante utilizado en coaching, que nos puede ayudar mucho con la dispersión mental. Valorar del 1 al 10 los 10 segmentos más importantes de nuestra vida es el primer paso para ello. Esos 10 puntos a valorar son:
1 El trabajo: ¿estoy feliz con mi situación laboral actual?
2 El dinero: ¿estoy feliz con el dinero que tengo?
3 Mi pareja, tenga o no: ¿estoy feliz con la situación que estoy viviendo?
4 Mi familia, los padres y hermanos que tengo: ¿cómo es mi relación con ellos?, ¿estoy feliz con esta relación?
5 Mi salud: ¿estoy bien de salud?, ¿vivo tranquilo?, ¿tengo alguna enfermedad física o mental?, ¿me encuentro bien a nivel emocional?
6 Mis amigos, tenga muchos o pocos: ¿estoy feliz con los amigos que tengo?
7 Ocio: ¿tengo tiempo libre?, ¿dispongo de tiempo para relajarme y descansar?
8 Mi vida intelectual y cultural: ¿estoy feliz con mi vida intelectual, y cultural?, ¿me gustaría estudiar algo más?
9 Mi casa, mi entorno: ¿me gusta la casa y el lugar (cuidad, país, continente) donde vivo?
10 Mi vida espiritual: ¿tengo una vida espiritual plena?, ¿las creencias que tengo sobre lo espiritual me llenan, me dan paz?
Una vez se tenga una puntuación en cada una de estas áreas, podremos saber cuáles nos aportan o no más felicidad. También averiguaremos dónde estamos más tranquilos y nos sentimos plenos, y dónde no es así. En ese momento, debo decidir si quiero sentirme mejor, ponerme manos a la obra, priorizar y enfocarme en aquello donde deseo tener más puntuación. Para ello debemos construir los objetivos SMART: específicos, medibles, alcanzables, realistas y temporales.
Vamos a poner un ejemplo: si queremos mejorar nuestra salud y creemos que el objetivo es comer más verdura cada semana y reducir el consumo de bollería industrial, podemos usar nuestra energía de forma más eficaz. Si tenemos un objetivo, está bien creado, y poseemos la visión global de nuestra vida, podremos poner foco y avanzar poco a poco, llegando área tras área, a una vida que nos llene más, donde nos sintamos más plenos, tranquilos y realizados.
Si realizamos este ejercicio con todos los aspectos de nuestra vida, superamos las creencias limitantes que nos separan de una vida plena y serena, saltamos por encima de nuestros miedos, tomamos consciencia de que la vida es un regalo y de que cada segundo cuenta, entonces, podemos poner foco y terminar con la dispersión mental y la procrastinación.
Irina de la Flor
Directora de «Lo mejor de mí»
Fundación Vivo Sano